El envejecimiento demográfico que se está produciendo en las sociedades occidentales durante las últimas décadas ya muestra sus consecuencias sobre la estructura de las poblaciones. Las transformaciones de las dinámicas demográficas, tales como el retraso del matrimonio, de la maternidad o la paternidad, la menor fecundidad o el incremento de la longevidad han generado poblaciones de más edad. Nuestro municipio, Molina de Segura, no es ajeno a este proceso, de manera que si en 2008 casi 10 de cada 100 habitantes eran mayores de 65 años, en 2019 son ya casi el 13% de la población.
Sin embargo, más importante aún es la transformación en la coexistencia entre generaciones en el seno de familia, al propiciarse una mayor convivencia entre distintas generaciones o diferentes grupos de edad, tal y como se desprende del VIII Informe FOESSA[i] publicado recientemente.
Este mismo estudio considera que el grupo de edad de personas mayores (que está cobrando cada vez más protagonismo en nuestras sociedades, y especialmente el de aquellas que están en la sesentena) será la generación que tenga mayor presión para el cuidado de las generaciones mayores así como de las más jóvenes. Habrá, inevitablemente, un cambio en el perfil de la persona cuidadora pues ésta será frágil y cada vez mayor.
Esta generación de mayores jóvenes –con edades comprendidas entre los 60 y los 70 años– formará parte de la clase social emergente que la Catedrática de Sociología María Ángeles Durán[ii] ha acertado en nombrar como el cuidatoriado, es decir, la población –feminizada– que se ocupa de cuidar a aquellas personas, generalmente mayores, que precisan de cuidados y atenciones debido a la pérdida de su autonomía.
En este contexto de cambio demográfico y social y de emergencia de una nueva realidad social, las administraciones públicas deben ser capaces de adaptar las estructuras de apoyo. Por un lado, deben ser conscientes de la necesidad de que la citada generación de personas mayores tiene que tener a su alcance recursos y servicios que les permita un envejecimiento activo y saludable. Por otro lado, han de ser capaces de generar estructuras que garanticen todo el apoyo necesario para que la pobreza, la dependencia y marginalidad no se conviertan en características estructurales que, según María Ángeles Durán, son propias de esta nueva clase social.
En definitiva, en el surgimiento de un nuevo modelo de cohesión social en
el que los espacios de vulnerabilidad y exclusión son más amplios y profundos,
y en el que se tiende hacia la desprotección de las personas y de los
colectivos, las administraciones públicas tienen ante sí el reto de proteger a
las personas mayores, entre las que se encuentra la generación de mayores
jóvenes. Eso redundará en su bienestar y en el de la sociedad en su conjunto ya
que será una generación sobre la que pivoten la mayoría de los vínculos
intergeneracionales.
[i] Puga, D. (2019). El envejecimiento, un triunfo de la sociedad cuestionado por la falta de vínculos. Documento de trabajo 2.5. Madrid: Fundación FOESSA.
[ii] Durán, M.A. (2018). La riqueza invisible del cuidado. Valencia: Universitat de València.